Creo que todo artista tiene una relación intensa con su cuerpo. O al menos empecé a escribir poesía cuando me encontré con mi cuerpo, o encontré a mi cuerpo, quizá ambas opciones sean igualmente válidas. Suena extraño, lo sé. Para la mayoría, el cuerpo está en un lugar y la cabeza en otro, ambos se diferencian cabalmente y no queda lugar para dudas. Es cuando empiezas a dudar que todo cambia, que los cambios empiezan a sucederse. De pronto, la poesía se encarnó en mi cuerpo, tuvo por fin, un eje, un soporte real. Todo cobró cuerpo, la poesía era mi cuerpo, mi cuerpo era poesía. Dirán, seguro que exageras! Pero en este caso no miento. Estoy hablando, por supuesto, de una experiencia, y si algo sé, por la teoría y la práctica, es que la experiencia es de cada uno, intransferible, única, inabarcable. De todos modos, están las palabras encarnadas, imbuidas en mi cuerpo, listas para comportarse de un modo empático, para que alguien sienta la emoción primigenia de la poesía.